miércoles, 6 de julio de 2011

"Comerán y sobrará", o milagros laicos




Nunca había estado en un instituto después de que acabara el curso y la verdad es que genera una sensación intensa de provisionalidad. No se escucha el vocerío juvenil, la pista deportiva está vacía y ¡no hay que pedir la llave para ir al lavabo!


Profesores, directivos y administrativos prosiguen con sus reuniones y trabajos en grupo, que no sólo tienen que ver con la matrícula y la preparación de grupos y programaciones... El mes de julio es también la época en la que se remozan algunas dependencias y a veces hasta se realizan obras importantes.


En éste han eliminado los magníficos departamentos de cada especialidad y los han reducido a dos. ¿Por qué? Al parecer, la matrícula ha crecido de forma notable y se necesitan más aulas. No sólo se debe al aumento de la natalidad de los años noventa, niños que ahora entran en el instituto; también la crisis económica hace que algunas familias prefieran ahorrarse los gastos extras de los colegios concertados o privados y opten por lo público.


Pero como el espacio es el que es y seguramente los demás institutos del municipio deben de estar afrontando la misma situación, no es posible transferir alumnos a otros centros y seguir siendo el instituto tranquilo y de nivel alto que lleva siendo desde hace décadas. Hay que hacer frente a los hechos ¿Cómo acoger a muchos más alumnos de lo habitual en un espacio delimitado y sin posibilidad de ampliarse?


Pues nada, se eliminan departamentos y que se estén más juntitos los profes, que parece que eso les gusta, a tenor de la camaradería que reina en la Sala de profesores. Claro que los hay territoriales y ponen mal gesto cuando una novata como yo se sienta en "su" silla, pero esperemos que la sangre no llegue al río. O que vayan apuntándose a cursillos de educación emocional, que encima "dan puntos".
¿Y los alumnos? Aquí no hay ningún problema: se sube la ratio y problema resuelto. Además, está científica y empíricamente demostrado que a los adolescentes les encanta estar arracimados y "quant més siguem més riurem"... por lo que no es de esperar que haya quejas por parte de ellos cuando se vean 30 en un aula. Si acaso algún progenitor hará notar su desacuerdo en una Carta al Director quejándose de que con esa ratio su hijo no consigue oír bien a la profesora y que las clases de idioma son imposibles o que..., pero, bueno, el derecho al pataleo no se le niega a nadie. Esto es una democracia.

¿Alguien ha preguntado por ahí qué es la ratio? Eso es que no es ni conoce a un profesor. La dichosa palabreja tiene a menudo dolorosas connotaciones para los docentes, pues remite a la cantidad de criaturas con las hormonas desatadas que se encontrará en el aula... y la probabilidad de que impartir clases resulte imposible o heroico.
Porque ¿algún ingenuo había pensado que al aumentar los alumnos, también lo haría proporcionalmente el número de profesores? Si es así, ya puede quitarse la venda de los ojos y comprobar de cerca cómo se traduce el programa de recortes contra la crisis en el sector educativo: a más alumnos, menos profesores.

Por eso, al milagro que están tratando de convocar los principales implicados para dar una solución satisfactoria a las exigencias de la Administración de recortar sin que se resiente la calidad del servicio público, yo le llamo multiplicar los panes por los peces. Vamos, que se trata de hacer que parezca que los recursos no han menguado sino que se han incrementado. Estarán conmigo que, al lado de esto, lo de Jesucristo parece hasta fácil.

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