viernes, 31 de octubre de 2014

¿PROFESORA O DISC JOCKEY?

          Como profesora de idiomas, siempre intento presentar el máximo de recursos de aprendizaje a mi alcance, y las nuevas tecnologías han facilitado la enseñanza y el aprendizaje a quien quiera aprovecharlas. Antes de que todas (o casi todas) las aulas estuviesen equipadas con el correspondiente cañón de proyección y su libro digital, el máximo avance era contar con una recopilación de canciones grabadas a partir de CDs originales o de grabaciones de la radio, por no remontarme a las copias de cassette a cassette que algún buen amigo se avenía a hacer a partir de su colección discográfica o porque su equipo musical contaba con la opción de hacer copias de cintas.
           La aparición de Internet y posteriormente de Youtube y similares es algo parecido a un sueño hecho realidad para el amante de las lenguas autodidacta. Esa torre de Babel es una tentación por la cantidad y la variedad de la oferta. Y ese espíritu universal se expande con el altruismo de muchos usuarios, personas que se toman el tiempo de juntar imágenes para crear videoclips para sus canciones favoritas, e incluso llegan a incrustar subtítulos para poder seguir las canciones palabra a palabra. No hay duda de que nos encontramos ante un fenómeno que ya no tiene vuelta atrás y que, sin dejar de respetar el derecho a la propiedad intelectual, es lógico que si el recipiente es gratuito también lo sea el uso y disfrute.
          Gracias a eso yo puedo descubrir pequeños tesoros en forma de fragmentos de películas olvidadas o de múltiples versiones de una misma canción para comparar la moderna con la antigua. ¡Cómo iba yo a imaginar que la estúpida canción de la belga Kate Ryan Ella, Ella elle l'a era una versión comercial de una pequeña joya cantada por la ya no tan joven France Gall como homenaje a la venerable Ella Fitzgerald (y que también retoma estúpidamente ese invento llamado Alizée! Recuerdo todavía con horror e indignación los gritos que hace ya tres años daba una alumna cuando escogí la versión original: "¡Más rápido, más rápido!", gritaba como una poseída desde un lateral de la clase. Estaba claro que la letra les importaba un pepino, lo que importaba era el ritmo, los movimientos corporales sugerentes, la escenificación estridente o sentimentaloide... Una alienación voluntaria por parte de los adolescentes.
       No me extraña, pues, que mis colegas del departamento de Inglés aceptaran sin cuestionar su conveniencia la canción que la editorial del libro de texto (algún día habrá que entrar a fondo en el análisis de esas industrias de enseñanza del inglés y su posible relación con el fracaso ofrecía como material adicional para preparar la fiesta de Halloween: la famosa ZOMBIE de "The Cranberries", que es un alegato contra la indiferencia ante la situación de Irlanda del Norte por la guerra entre el IRA y las fuerzas militares comandadas por el Estado británico. 
          Mientras sonaba hasta tres veces la canción para que pudieran completar el típico ejercicio de rellenar los espacios vacíos, yo observaba las caras de mis alumnos de tercero de ESO, uno de los grupos con menos posibilidades de aprender inglés que he conocido hasta el momento. Esos muchachos que parecen ir a comerse el mundo con su negativa a seguir las normas que tanto bien harían a su desarrollo intelectual, miraban con expresión seria la combinación de violencia y simbolismo pagano y religioso como quien trata de entender un código del que ignora todas las normas y componentes. No es una anécdota irrelevante que fuese un chico marroquí quien dijera que la cruz simbolizaba a Jesucristo cuando dos alumnos españoles dijeran que el crucificado fue Dios... 
         Tampoco es un hecho aislado que cada vez que pongo una canción para trabajarla se produzca una algarabía de protestas y peticiones de títulos que muchas veces nada tienen que ver con la materia, como si en lugar de una clase se tratara de un programa radiofónico de canciones dedicadas. Los títulos que ellos escuchan siempre me parecen para una edad superior a la de ellos, confirmando así la tendencia a quemar etapas vitales cada vez más con más rapidez de la que se hacen eco los medios de comunicación.
Pero como yo tengo muy en cuenta mi precaria situación laboral y mi importante función social, persevero en la idea de que las canciones escogidas tengan un "mensaje" y a ser posible un argumento inteligible y engarzado en la tradición cultural del país, sea Francia o ahora Reino Unido o Estados Unidos (omito en el acerbo la Francofonía o la Commonwealth), además de ser las apropiadas para la edad de los aprendices.
        Y así fue como, mediante una hábil búsqueda en Google ("Halloween songs" se extendió a "Halloween songs for kids") llegué a esta simpática canción que parece pensada para ser cantada en un aula y cuyo título está en perfecta sintonía con su contenido. 
Aun así, aunque casi la mitad (¡todo un éxito!) de la clase de primero de ESO permaneció atenta y se atrevió a cantarla mientras la otra mitad se dedicó a boicotear la actividad mofándose del vídeo y demandando otros títulos e incluso la proyección de una película de miedo. ¡Bendita infancia!