jueves, 1 de noviembre de 2012

NO POR MUCHO MADRUGAR ...

http://www.lavanguardia.com/vida/20121014/54353034765/expertos-piden-retrasar-hora-mejorar-conciliacion-productividad.html





Bueno, pues por fin algún experto está de acuerdo conmigo: el horario español es un asco. Nos levantamos engañados, la mayoría entre las 6.30 y las 8.00 como si fuera una hora razonable. Pero resulta que con el horario de verano son dos horas antes, y con el de invierno "sólo" una. Así que, esta menda se levanta de lunes a miércoles a las 4.10 hora solar y jueves y viernes a las 5.10 para poder llegar a su trabajo, fuera de Barcelona, puntualmente a las ocho o las nueve de la mañana. Aunque tendría que decir, y sin exagerar, de la madrugada, porque cuando salgo es oscuro, pero oscuro como si fueran... las cuatro de la madrugada. ¡Porque son las cuatro de la madrugada!

Después es tópico mundial los extravagantes horarios de los españoles: que si comemos a las dos y cenamos a las diez, cuando la realidad es que son las doce del mediodía y las nada escandalosas ocho de la noche del horario solar.

Como muestra de que el prejuicio sobre la escasa laboriosidad de los españoles lo tenemos interiorizado como si fuera un dogma de fe, explicaré una anécdota extraída de la prensa: El curso pasado, el presidente de la Generalitat, Artur Mas, fue de viaje oficial a los Estados Unidos y mantuvo una cita con el alcalde de Nueva York o alguna personalidad de esa relevancia. Los diarios no se olvidaron de citar que la cita fue ¡a las 7 de la mañana! incidiendo con ello en la laboriosidad de los anglosajones. Lo que no dicen es que, comparados con nosotros, su horario es propio de haraganes. ¡Ya me gustaría a mí verlos en clase o en el trabajo a las seis de la mañana!

El siguiente tópico es que este horario tan desfasado nos hace poco productivos porque permanecemos en el trabajo de sol a sol. ¡Si es que aún nos acusarán de haberlo decidido colectivamente para poder echar una siesta!

¿Quién fue el genio que lo decidió? Al parecer todo es culpa de Franco, el dictador, que nos puso ese horario para agradecer a la Alemania de Hitler su ayuda para ganar su guerra incivil. Pues ya se le podría haber ocurrido a ese maestro de la perfidia política otra manera de obsequiar a su colega que no implicara cargarse el bienestar físico y mental de una buena parte de los españoles durante tres generaciones.

Así, durante casi setenta años se nos ha mantenido engañados sobre la bondad de esa medida argumentando que el país ahorraba millones de horas en consumo eléctrico porque íbamos al compás del sol. ¡Pues si es para ahorrar energía eléctrica que dejen de emitir las radios y televisiones a las once de la noche! ¡Que se prohiban los pubs y discotecas, los after-hours, las sesiones golfas de los cines, las terrazas de los bares que arruinan el sueño de cientos de miles de personas los fines de semana que a día de hoy ya son de tres noches, por no hablar de las verbenas y las fiestas de barrio que se suceden de semana en semana a lo largo de todo el verano!

Mi reloj biológico no puede con este horario. Cuando tengo que madrugar, y me obligo a ir a la cama como muy tarde a las once y media, me paso la noche en duermevela, en el mejor de los casos, o tratando de dormir en el peor... Luego suena el reloj y, dosificando al máximo el tiempo dedicado a cada uno de mis actos, salgo para tomar el metro y el tren de Cercanías que me conducirá a mi destino laboral.

En el transporte público comparto espacio con gente tan abotargada como yo que intenta prolongar su descanso nocturno manteniendo los ojos cerrados pero sin dejar de prestar atención a los avisos de las estaciones. A veces observo a mis conciudadanos y me pregunto si habrán sido razonables yendo a la cama a una hora que les permitiera dormir al menos seis horas y media. O si se habrán entretenido con un programa de televisión o una búsqueda en Internet que les ayudó a olvidar que al día siguiente tenían que darse un madrugón, letal para su organismo y ¡acabáramos! irrelevante cuando no negativo para el balance económico de la patria que nos impone el sacrificio.

Luego, en el aula, suelo encontrar adolescentes más silenciosos de lo habitual porque su organismo aún no se ha despertado del todo, una pequeña ventaja sobre ellos que me permite dar la clase con cierta comodidad. Según pasen las horas sufriré el espectáculo de los bostezos indisimulados o los gestos de desperezamiento que me obligan a recordar a más de uno que en el instituto hay que "mantener la compostura" y que yo también tengo sueño y no por eso me pongo a desperezarme delante de ellos ni a bostezar como si hubiera pasado una noche loca.

Pero tanto en el trimestre de otoño como en el de primavera siempre hay uno que hace alarde de quedarse dormido, apoyando la cabeza en el pupitre y cerrando los ojos, como si el hecho de mantenerlos cerrados lo fuera a hacer invisible. Es el lamentable prototipo del aspirante a "fracasado escolar", el que hace perder tiempo a los compañeros de aula y a los profesores del equipo docente que, como él, no vislumbran más futuro que pasar de los quince a los dieciséis años para que abandone ese centro y sea dueño de su tiempo.

En el fondo, esa "oveja negra" que se reproduce en todos los rebaños educativos que he tenido ocasión de pastorear no es sino el reflejo del descontento que en el fondo todos compartimos con mayor o menor franqueza por tener que vivir bajo unas normas que no hemos podido decidir ni podemos deshacer.