domingo, 6 de febrero de 2011

ESCUELA DE ADULTOS




Mi actual destino es un centro de adultos en un barrio periférico de Sabadell que ofrece todo un repertorio de opciones a quienes desean acceder a ciclos formativos, a la universidad o sacarse el equivalente del graduado escolar. Una asociación cultural también ofrece cursos variados a los ciudadanos en general, y en nuestro pequeño chalet se imparte catalán para extranjeros, muchos de los cuales después de superar un exament recibirán un certificado que les permitirá obtener ciertos beneficios de índole social y que a mí no me toca analizar.

Además de mis alumnos de ciclos formativos o mayores de 25 años, doy clases de catalán dos veces por semana a un grupo de personas de lo que se denomina "tercera edad", que también reciben lecciones de matemáticas dos veces a la semana. La mayoría son mujeres, casi se puede decir que el 90%, pues apenas hay cuatro hombres y no puede decirse que vengan siempre.

El rasgo característico de todos ellos es la disciplina y la puntualidad, además del interés y el afán de aprender.

Cuando entro en el aula, los encuentro siempre repasando la asignatura anterior, en silencio o comentando en voz baja lo que tengan que decirse. Se muestran receptivos y suplen las carencias formativas con mucha dedicación. No hay duda de que acuden al centro por gusto y por el afán de vencer las propias deficiencias, que se deben, más que a ellos mismos, al momento histórico en el que se criaron y formaron.

Aun sin preguntar, deduzco que la mayoría de ellas son o han sido amas de casa -aparte de la eventual ocupación remunerada-, madres y esposas, es decir, mujeres cuya principal actividad ha sido la vida doméstica. Los hombres presentan el físico del trabajador, es decir, el que ha tenido que dedicar muchas horas a su oficio, tal vez con pocos descansos y mucho esfuerzo. A uno de ellos le falta un dedo, otro tiene unas manos enormes, deduzco que en ambos casos se trata de oficios en los que el buen uso de las manos, la destreza, era muy importante.

En general tienen una caligrafía esmerada, como la de aquellos que aprendieron en una época en la que se valoraba más las formas que la individualidad, con esos picos y enlaces que recuerda la escritura con pluma. No sé si por la edad, aunque sospecho que es por la falta de costumbre, casi nunca es una escritura rápida: las letras se engarzan unas con otras con esmero, como quien todavía está tratando de dominar el útil de escritura.

Al principio me sorprendió que el principal escollo para ellos no fuera entender el contenido teórico de la lengua, ya que, al fin y al cabo, hace un cuarto de siglo que el catalán está estandarizado y constituye su marco de comunicación cotidiano, aunque sea de manera pasiva. Su principal obstáculo es comprender las instrucciones del libro, relacionar un ejercicio con el precedente, la información no se visualiza bien, las secuencias de imágenes se interpretan con dificultad. De hecho, su libro de texto está destinado a niños que saben leer pero ignoran el catalán. Todas las preguntas están pensadas para cerebros de primaria. Sin embargo, el de ellos no funciona igual que el de un niño del siglo XXI. No se trata de fallos de memoria ni de entender los contenidos, como he dicho antes, sino de aplicarlos en un marco que se sale de su propia experiencia.

Falla el pensamiento abstracto: un árbol genealógico es un rompecabezas sin solución para la mayoría de ellos; una sopa de letras un caos de signos sin relación alguna entre sí. Unos nombres de pila extranjeros resultan indistinguibles entre sí. ¿Qué pasa? Por lo poco que he visto, que desconocen las reglas del juego y que no saben hacer rutas mentales de ida y vuelta. Alguna hubo que se enfadó por no poder completar el dichoso árbol genealógico, a pesar de que la información se repetía muchas veces. ¿Fue por eso?

En cualquier caso, se trata de un grupo de edad muy gratificante. Por la actitud hacia el conocimiento, el respeto por quien imparte las clases, la sencillez con la que se entregan al juego de aprender... Tal vez juega a su favor el no tener ningún tipo de expectativa futura, se trata más de un reto personal que una lucha para "labrarse un porvenir".

¡Qué diferencia con los alumnos más jóvenes del mismo centro! Esos que vienen con la intención de sacarse un examen para el cual los puntos que se les conceden por la mera presencia son más valiosos que la posibilidad de aprender. Los mismos, y las mismas, que aprovechan los cinco minutos de pausa entre clases y clase para ausentarse fuera del recinto y fumar, sobrepasando en cinco o diez los cinco minutos de cortesía; los que preguntan por la hoja de firmas cuando todavía queda un cuarto de hora para terminar; los que quieren que se les ofrezca todas las respuestas posibles para un examen e incluso todas las respuestas que ellos podrían querer contestar; los mismos que se sientan al final del aula, formando ristras de tres o cuatro colegas, y se pasan la sesión hablando de sus cosas, contestando a los sms, dando conversación a otro colega; o sencillamente durmiendo. Por si esto no fuera suficiente, también son estos los que impiden a los que sí van para prepararse, robando horas a su tiempo de descanso o de familia, el poder concentrarse o subir de nivel.

Cuando trabajaba en un instituto tenía el recurso punitivo de la nota en la agenda, el castigo sin recreo, la expulsión de clase e incluso del centro durante unos días. Pero, aquí, ¿qué se puede hacer aparte de invitarles a que no vuelvan?

Por todas estas diferencias, incluyo las fotografías de estos agradecidos alumnos que nos hacen entrar y salir del aula con una sonrisa en la boca.