jueves, 27 de febrero de 2014

HUELGA DE ESTUDIANTES

Aún no eran las 8 de la mañana
Un grupo compacto de ¿piquetes?  dispuesto a iniciar su lucha
La policía impedía el acceso al campus de este grupúsculo
          El segundo trimestre siempre ha sido pesado cuando las vacaciones de Semana Santa no llegan hasta el mes de abril. Recuerdo de mis años universitarios que siempre se convocaba una huelga en medio con su correspondiente manifestación y corte de tráfico. A veces se trataba de una jornada de lucha en la que el malestar de los estudiantes coincidía con un estado de cosas general bastante doloroso para toda la ciudadanía. Otras tenía la sospecha de que a algunos se les hacía largo el trimestre y tenían que puntuarlo con su día de "vaga". 
          La escasa credibilidad que tienen para mí estas huelgas se debe a que sus inductores siempre han sido minoritarios ya que la mayoría de estudiantes eran ajenos a los sindicatos o agrupaciones que pretendían representarlos. No digo que sus reivindicaciones no fueran justas ni que sus propósitos no fueran honestos, pero sí que me parecía entonces y me parece ahora que hay jóvenes que cuando se inscriben en la universidad lo hacen desde el primer día para decidir el ritmo colectivo, sin hacer pedagogía ni divulgación de los males que afectan al estudiantado ante los compañeros. Parece como si, nada más entrar, ellos ya saben qué es lo que va mal y quién tiene la culpa, además de cuáles son las estrategias para enfrentarse a ellos. Pasan los años,  pero no pasan esos afanes de enfrentamiento generacional.
      Confieso que he sido fiel presencia en manifestaciones en las que los intereses colectivos estaban amenazados, pero nunca me han gustado las huelgas con voces insultantes o personalizaciones, y mucho menos si al final se producían altercados con quema de contenedores, rotura de vidrios de comercios emblemáticos y demás tropelías sobre el mobiliario urbano. No me parece digno de un estudiante el uso de la fuerza. Como muchos, creo que se ha ido creando una especie de estándar de la manifestación, como una especie de performance en donde cada parte interpreta su papel sin la menor autocrítica ni razonamiento sobre la eficacia del método para llegar al objetivo.
       Como ya dije alguna vez, la escenificación de la lucha y de la indignación colectiva se adapta a las necesidades expresivas de los medios audiovisuales de la sociedad de masas, más orientados a desmovilizar que a informar. Se corean lemas más o menos inspirados, se lanzan improperios contra aquel/aquella que ejerza el poder en esos momentos, se camina desde un punto A a un punto B formando grupos coloristas en los que el sentido del humor exhibido en algunas pancartas (desde la última huelga general del 29 de septiembre la creatividad ha alcanzado cotas dignas de este gran país de genios incomprendidos) va pareja a la relajación de los manifestantes, que presentan un semblante festivo tanto para atraer la simpatía de los mirones como para frenar el afán represivo de las fuerzas policiales. Sin embargo, al final del trayecto, y cuando la parte social protagonista se ha dispersado con la conciencia de haber cumplido con su misión, en lugar del silencio y la rutina urbana se inicia una performance de guerrilla urbana que hace saltar como un resorte a los antidisturbios, preparados en sus furgonetas (las "lecheras") para abalanzarse sobre los exaltados disfrazados de "manifestante tipo" y liberar la testosterona reprimida en ese ya rutinario cuerpo a cuerpo que todos los fotoperiodistas han previsualizado antes incluso de salir de la redacción de su periódico y que esperan captar con su sensor multisensible. 
      Sí, es esa foto en la que un joven larguirucho vestido con tejano y sudadera con capucha, tapado el rostro con una bufanda y un gorro para no ser reconocido, lanza la piedra o la botella molotoviana contra el vidrio de una sucursal bancaria; o esa misma figura en similar gesto delante esta vez de unos contenedores en llamas o consumidos que con cada manifestación hacen más ricos a sus fabricantes y más pobre a nuestro consistorio. (Sí, ya ha habido quien se ha preguntado a qué viene tanto interés entre los mandos policiales en proteger la integridad de los contenedores y tan poco en fichar a esos profesionales de la pedrada y el fuego urbano cuya actuación resulta tan semejante a la de otros individuos que vemos en las noticias televisadas de la Europa actual que casi se diría que forman parte de una "Internacional de la provocación" que, como sucedía no hace tanto con los radicales de algunos equipos de fútbol muy poderosos, contaban con el apoyo tácito y la financiación nada anónima de los capitostes de.esos mismos equipos.)
     La razón de que esas figuras de la provocación y la represión aparezcan indefinidamente en cada desenlace manifestatorio merece ser analizada a fondo. Como todas las fuerzas que se contradicen, la intención es que surja una síntesis nueva, así que no tengo la menor duda de que esa fórmula tan vieja de "agresión / represión" a quien realmente beneficia es a ese sistema que aparentemente quieren derribar esos jóvenes airados. ¿Por qué? Porque nada cambia.
       Para mí, el recurso a la información sectorial y a la ley mediante denuncias a las más altas instancias es hoy por hoy la estrategia de acción más impactante y efectiva, la que más duele a las élites del poder, como han demostrado los activistas de Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH)  y otras asociaciones que van ganando la guerra batalla a batalla y no a golpe de desbordamiento de testosterona.
       Nota a las fotos: Estas tres imágenes han sido tomadas esta mañana muy temprano en el campus de la UAB, de camino al instituto en el que ejerzo desde el pasado mes de noviembre. Como no podía ser menos, los estudiantes de Secundaria (3º y 4º) y Bachillerato se han sumado a ella sin ni siquiera interesarse por las reivindicaciones de la misma. Los profesores somos más que reticentes a que se otorgue este derecho a los menores de edad, máxime teniendo en cuenta su escasa información al respecto. Por suerte, ha habido algún adolescente que ha decidido por sí mismo que esta huelga no tenía sentido y que él iba a asistir al instituto aunque tuviera que levantarse tan temprano como siempre y no fuera a recibir docencia con el mismo nivel de contenidos que en una jornada cualquiera.

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